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Como cada mes de enero desde 1975, se celebra el día mundial de la educación ambiental. Efeméride que emplaza a la humanidad a concienciar desde edades tempranas, sobre la importancia de proteger el Planeta. Vivir por encima de nuestras posibilidades, literalmente como si no hubiese un mañana, es intolerable y es inmoral. Es vivir de espaldas a una realidad que acecha sobre la (in)consciencia de la humanidad.

Los principales riesgos identificados por el Foro Económico Mundial en su informe anual (The Global Risks Report 2022) en el corto y medio plazo, están relacionados con el clima. Con el coste de nuestra inacción y los daños que directamente causamos al entorno, con un clima extremo, con la pérdida de la biodiversidad y con el que, parece, un avance imparable hacia una crisis de recursos naturales (agua y alimentos), cuyos efectos serían devastadores.

A pesar de los reiterados llamamientos por parte de entidades supranacionales como la ONU, seguimos viviendo como si no hubiese un mañana, sobrepasando la capacidad del Planeta para generar recursos y para regenerarse. El colapso del sistema, en términos económicos sería inviable. En términos humanitarios, desolador.

El precipitado avance hacia una crisis del agua y de alimentos, la pérdida de riqueza natural terrestre y marítima, las sequías cada vez más frecuentes y más prolongadas, los fenómenos meteorológicos extremos acercan al sistema al borde del precipicio y condenan a las generaciones más jóvenes y a las no nacidas aún, a un futuro cada vez más incierto y más improbable.

Y, sin embargo, llegado este punto, “es demasiado tarde para ser pesimista”. Conocemos la magnitud del desafío. Conocemos los riesgos (y las oportunidades). Y solo de nosotros, depende decidir si queremos ser parte de la solución o sucumbir al sentimiento colectivo de agonía catastrófica.

Implicar a la juventud, en tanto que heredera del futuro, es, sin duda, pieza indispensable para frenar una tendencia que parece imparable. Concienciación y educación son claves para impulsar el desarrollo sostenible y sembrar las semillas de una renovada conciencia sobre la importancia de proteger nuestro único hogar. Intervenir desde edades tempranas para “formar una población mundial consciente y preocupada con el medio ambiente y con los problemas asociados, y que tenga conocimiento, aptitud, actitud, motivación y compromiso para trabajar individual y colectivamente en la búsqueda de soluciones para los problemas existentes y para prevenir nuevos”, determinará -o no- el éxito de nuestras acciones, tal como se recoge, desde aquel lejano 26 de enero de 1975, en la Carta de Belgrado, tan vigente (o más) que entonces.